Contextualización
de la obra
El
Hombre mediocre, es una obra escrita por el filósofo y criminólogo José
Ingenieros, en la cual describe tres tipos de personalidades: la primera la del
hombre inferior; en segundo lugar al
hombre mediocre y por último el hombre superior o idealista, llevando a cabo un análisis de las características
morales y roles sociales que desempeñan cada uno a lo largo de la historia, la
sociedad y la cultura.
La
primera personalidad que se ocupa en describir, es la del hombre inferior, este
entendido como un animal bellaco, rufián, truhán, el cual se ve limitado a
adaptarse a su medio social debido a su ineptitud de imitación. Su personalidad
no se desarrolla hasta el nivel corriente, viviendo por debajo de la moral o de
la cultura dominante, y en muchos casos fuera de la legalidad. Esa insuficiente
adaptación determina su incapacidad para pensar como los demás y compartir las
rutinas comunes.
Mediante la educación imitativa, copian de las
personas que los rodean una personalidad social perfectamente adaptada.
En
segundo lugar habla sobre el hombre mediocre, y es aquí donde con más rigor se
dedica a criticar dicha personalidad, de acuerdo al pensamiento del autor el
mediocre es incapaz de usar su imaginación para concebir ideales que le
propongan un futuro por el cual luchar. De ahí que se vuelva sumiso a toda
rutina, a los prejuicios, a las domesticidades y así se vuelva parte de un
rebaño o colectividad, cuyas acciones o motivos no cuestiona, sino que sigue
ciegamente. El mediocre es dócil, maleable, ignorante, un ser vegetativo,
carente de personalidad, contrario a la perfección, solidario y cómplice de los
intereses creados que lo hacen borrego del rebaño social. Vive según las
conveniencias y no logra aprender a amar. En su vida acomodaticia se vuelve vil
y escéptico, cobarde. Los mediocres no son genios, ni héroes ni santos.
Nuestro
hombre mediocre considerado “normal” en nuestras sociedades, tiene las
características de la “paciencia imitativa”; en cambio, el hombre superior, la de
la “imaginación creadora”.
Y
es que el hombre mediocre es el “hombre masa, el ser que se pierde en la
multitud y que no se atreve a ser diferente”. Por algo dijo Séneca: “cuando
estuve entre los hombres, me volví menos hombre”.
Otra
característica del hombre mediocre, no menos deplorable, es la fuerte
inclinación que tiene por la “envidia”. La “envidia” es la otra cara del hombre
mediocre, sumadas, por supuesto, a la arrogancia y a la soberbia.
Las
personas proactivas, positivas y creativas son las que le despiertan este vil
sentimiento. Un talento desarrollado y llevado a la perfección es el mejor
espejo en donde los mediocres se ven reflejados. La envidia no es más que la
respuesta de las propias insatisfacciones personales ante quien les está
evidenciando sus propias deficiencias o mediocridades. Por esto mismo, en vez
de “emularlos”, los hombres mediocres optan por destruirlos y denigrarlos.
Los
hombres mediocres son astutos y hasta pueden ser más inteligentes que el hombre
promedio. Es más, la “mediocridad” supone estas cualidades antecedentes. Por
ejemplo: una persona puede creerse un gran artista o un gran genio sobre la
base de ciertos talentos heredados, adquiridos o perfeccionados. Pero cuando
esta aptitud es contradicha por quienes en verdad lo son, si son humildes, los
imitarán, si son soberbios, los envidiarán. Y esta es la típica reacción de
hombre mediocre.
Otro
aspecto que también es alarmante es el de saber enfrentar el binomio entre
“creerse” y “ser”. Una cosa es creerse un gran artista o un gran intelectual y
otra cosa, muy distinta por cierto, es serlo. La aptitud del creído contradice
la aptitud del hombre superior. Es una falsa percepción de uno mismo.
Un
hombre mediocre no acepta ideas distintas a las que ya ha recibido por
tradición (aquí se ve en parte la idea positivista de la época, el hombre como
receptor y continuador de la herencia biológica), sin darse cuenta de que
justamente las creencias son relativas a quien las cree, pudiendo existir
hombres con ideas totalmente contrarias al mismo tiempo. A su vez, el hombre
mediocre entra en una lucha contra el idealismo por envidia, intenta opacar
desesperadamente toda acción noble, porque sabe que su existencia depende de
que el idealista nunca sea reconocido y de que no se ponga por encima de sí.
Finalmente
aborda al idealista o hombre superior, es un hombre capaz de usar su
imaginación para concebir ideales legitimados sólo por la experiencia y se
propone seguir quimeras, ideales de perfección muy altos, en los cuales pone su
fe, para cambiar el pasado en favor del porvenir; por eso está en continuo
proceso de transformación, que se ajusta a las variaciones de la realidad. El
idealista contribuye con sus ideales a la evolución social, por ser original y
único; se perfila como un ser individualista que no se somete a dogmas morales
ni sociales; consiguientemente, los mediocres se le oponen. El idealista es
soñador, entusiasta, culto, de personalidad diferente, generoso, indisciplinado
contra los dogmáticos. Como un ser afín a lo cualitativo, puede distinguir
entre lo mejor y lo peor; no entre el más y el menos, como lo haría el
mediocre.
“Cada
individuo- dice Ingenieros- es el producto de dos factores: la herencia y la
educación”. La herencia se refiere al factor genético, la educación a todo lo
que este recibe desde la cuna a la sepultura.
La
“imitación” desempeña un papel decisivo para el desarrollo de la personalidad
social. Pero ella sola no basta, se necesita de la “invención” para producir
variaciones en los individuos. La imitación es de índole conservadora y actúa
creando hábitos sociales, mientras que la “invención” es evolutiva y se
desarrolla mediante la imaginación.
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